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Duodécimo paso de Neuróticos Anónimos

Habiendo experimentado un despertar espiritual como resultado de estos pasos, tratamos de llevar este mensaje a los neuróticos y de practicar estos principios en todos nuestros actos.

La alegría de vivir es el tema del Paso Duodécimo de N.A., y acción su palabra clave. Aquí vamos hacía nuestros compañeros neuróticos que todavía sufren. Aquí experimentamos la clase de dádiva que no espera ninguna recompensa. Aquí empezamos a practicar los Doce Pasos del Programa en nuestras vidas cotidianas para poder encontrar sobriedad emocional para nosotros y los que nos rodean. Cuando se examina el Duodécimo Paso en todo lo que implica, se comprende lo que quiere decir amor desinteresado.

Nuestro Duodécimo Paso también dice que como resultado de haber practicado todos los pasos, cada quien ha encontrado algo que se llama despertar espiritual. A algunos recién llegados, ésto les parece algo inverosímil y ambiguo. Preguntan: ¿Qué quieren decir con un “despertar espiritual”?.

Tal vez haya tantas definiciones de lo que es un despertar espiritual como personas que lo han experimentado. Pero ciertamente cada una de estas definiciones, si es genuina, tiene algo en común con las demás. Y eso que tiene en común no es muy difícil de comprender, cuando una persona tiene un despertar espiritual, lo más importante de ese hecho es que ahora puede hacer sentir y creer aquello que antes, sin ayuda y sin medios, no podía. Ha recibido el don que consiste en un nuevo estado de conciencia de sí misma y de su vida. Ha sido puesta en un nuevo camino por el que sabe llegará a su meta, sabe que la vida no es una callejón sin salida y que no es algo que haya que soportar o conquistar. En un sentido muy real, ha sido transformada porque ha encontrado una fuente de fortaleza de la que antes ella misma se había privado. Es dueña de un grado de honradez, tolerancia, desprendimiento y amor, del que antes se sentía incapaz. Lo que ha recibido es una dádiva y sin embargo ha contribuido aunque sea en una pequeña parte a estar en condiciones de recibirla.

La manera de prepararse para recibir este regalo de acuerdo con N.A., es practicar los Doce Pasos de nuestro Programa. Así es que consideremos brevemente lo que hemos estado tratando de hacer hasta ahora:

En el Primer Paso nos encontramos una paradoja sorprendente: nos dimos cuenta de que éramos totalmente impotentes para manejar nuestras emociones, si no admitíamos esa impotencia. En el Segundo Paso, nos dimos cuenta de que si no podíamos nosotros mismos recuperar nuestro sano juicio, tendría que ser un Poder Superior el que lo hiciera por nosotros si queríamos sobrevivir. Por consecuencia, en el Tercer Paso pusimos nuestra vida y nuestra voluntad al cuidado de Dios, tal como cada quien lo concibe. Por el momento, aquellos de nosotros que eran ateos o agnósticos descubrieron que nuestro propio grupo o N.A. en su totalidad podía bastarles como Poder Superior. Al principio del Cuarto Paso, empezamos a rebuscar lo que estaba en nosotros que nos hubiera ocasionado una bancarrota física, moral y espiritual. Hicimos sin ningún temor, un inventario completo. Mirando el Quinto Paso, decidimos que un inventario que hubiésemos hecho solos no era suficiente. Sabíamos que teníamos que abandonar la fatal costumbre de vivir solos con nuestros conflictos y que tendríamos que confiárselos honradamente a Dios y a otro ser humano. Al llegar al Sexto Paso, algunos de nosotros protestamos por la sencilla razón de que no queríamos despojarnos de todos nuestros defectos, ya que algunos nos acomodaban. Pero sabíamos que teníamos que llegar a algún acuerdo con la parte fundamental del Sexto Paso. Así es que decidimos que mientras teníamos algunos defectos de carácter, de los que no podíamos despojarnos, debíamos sin embargo desistir de nuestra manera rebelde de aferrarnos a ellos. Nos dijimos: “Esto tal vez no lo pueda hacer hoy, pero puedo dejar de vociferar ¡no, nunca!”. Entonces, en el Séptimo Paso, humildemente le rogamos a Dios que eliminase nuestros defectos de carácter tal como Él lo dispusiera cuando se lo pidiéramos. En el Octavo Paso, seguimos ventilándonos ya que nos dimos cuenta de que los conflictos que teníamos no eran sólo con nosotros mismos, sino que también con las otras gentes y situaciones del mundo en que vivíamos. Teníamos que empezar a estar en paz, así es que hicimos una relación de las personas a quienes habíamos dañado, y estuvimos dispuestos a repararles esos daños. Esto lo seguimos haciendo en el Noveno Paso, al reparar esos daños directamente a las personas a quienes se los habíamos causado, excepto aquellos casos en que el hacerlo habría ocasionado perjuicios a ellas o a otras personas. Para entonces, en el Décimo Paso habíamos empezado a adquirir una base para nuestra vida cotidiana y nos dimos cuenta de que necesitábamos seguir haciendo nuestro inventario y de que cuando estuviéramos en una error debíamos admitirlo prontamente. En el Undécimo Paso nos dimos cuenta de que si un Poder Superior nos había devuelto nuestro sano juicio y nos había permitido vivir con cierto grado de tranquilidad espiritual en un mundo gravemente atribulado, quería decir que valía la pena saber algo más de Él por la vía más directa que pudiéramos hacerlo. Nos dimos cuenta de que el hábito perseverante de la meditación y la oración había ensanchado mucho el camino hacia una fortaleza firme y a que Dios nos guiase a medida que podíamos comprenderlo mejor a Él.

Así es que practicando estos Pasos tuvimos un despertar acerca del que ya no hay duda alguna. Observando a aquellos que estaban apenas empezando y que todavía tenían dudas, los demás de nosotros pudimos ver el cambio que se operaba. Basados en muchas experiencias de este género podíamos predecir que aquel que dudaba y que sostenía que tenía un “punto de vista espiritual” y que todavía consideraba a su grupo de N.A., como su Poder Superior, dentro de poco empezaría a amar a Dios y a pronunciar su Nombre.

Aún el más novato de los recién ingresados encuentra recompensas inesperadas, cuando trata de ayudar al hermano neurótico que esta aún más ciego que él. Esto es en realidad la clase de dádiva que no exige nada. No espera que su hermano neurótico le pague, ni siquiera que lo ame. Y entonces, descubre que en la divina paradoja de esta clase de dádiva ha encontrado su recompensa, ya sea que su hermano haya o no recibido algo. Su propio carácter puede ser todavía muy defectuoso pero en alguna forma sabe que Dios lo ha ayudado a lograr un comienzo eficaz y siente que está al borde de nuevos misterios, alegrías y experiencias en las que no había ni siquiera soñado.

Casi todos los miembros de N.A., aseguran que su mayor satisfacción y alegría ha sido poder trabajar bien el Duodécimo Paso. La esencia de lo que recibimos al llevar el mensaje de N.A., al próximo neurótico puede ser evidente al observar a los hombres y mujeres que llenos de admiración surgen de las tinieblas a la luz, al observar cómo sus vidas adquieren un nuevo propósito y significado, al observar a familias unidas de nuevo, al observar cómo el neurótico proscrito es vuelto a recibir en la sociedad como ciudadano íntegro, y sobre todo, al observar cómo despiertan estas gentes a la presencia en sus vidas de un Dios amante.

Esta no es la única manera de trabajar el Duodécimo Paso. En las reuniones de N.A., nos sentamos a escuchar no solamente para recibir algo nosotros mismos, sino también para dar la ayuda y la confianza que nuestra presencia puede proporcionar. Si nos toca hablar en una junta estaremos llevando el mensaje de N.A., ya sea que el auditorio se componga de unas cuantas o de muchas personas. Estaremos trabajando en el Duodécimo Paso. Hay muchas oportunidades aún para aquellos de nosotros que no nos resolvemos a hablar en las reuniones o que estamos en una situación en la que no podemos trabajar el Duodécimo Paso de persona a persona. Podemos ser de aquellos que nos ocupamos de tareas que no llaman la atención, pero que sí son importantes y que hacen posible que se realice el trabajo del Duodécimo Paso, tales como hacernos cargo del refrigerio después de las reuniones. Muchos recién llegados escépticos y suspicaces han adquirido confianza y encontrado consuelo en esos ratos, después de las reuniones, en que se toma el café y la conversación se hace alegre. Esto es trabajar el Duodécimo Paso en el mejor sentido de la palabra. La parte medular del Duodécimo Paso esta expresada así: “Has recibido dádiva que no entraña recompensa; da en la misma forma”.

Con frecuencia solemos pasar por ciertas etapas en la práctica del Duodécimo Paso en las que parecería que no estamos muy cuerdos. En esos momentos creemos que aquello es un retroceso, pero más tarde nos daremos cuenta de que son peldaños que conducen a un mejoramiento. Por ejemplo, después de meses de estar trabajando para que determinada persona conserve su serenidad, ésta tiene una recaída. Tal vez esto suceda en una serie de casos y podemos desilusionarnos mucho de nuestra capacidad para llevar el mensaje de N.A., o podemos encontrarnos con una situación opuesta, en la que nos sentimos engreídos por el éxito que hemos obtenido. En este caso hay la tentación de volvernos posesivos con los recién llegados. Tal vez tratemos de aconsejarlos en sus asuntos, cuando no estamos capacitados para hacerlo o cuando sencillamente no deberíamos hacerlo. Entonces nos sentimos lastimados si no se aceptan nuestros consejos o si el seguirlos ha producido un estado de confusión. Algunas veces hemos llevado el mensaje a tantos neuróticos que se nos pone en un cargo de confianza. En este caso volvemos a sentir la tentación de excedernos en el desempeño de nuestro cargo y algunas veces da por resultado contrariedades y otras dificultades difíciles de aceptar.

Pero a la larga comprenderemos que estos son sufrimientos naturales de desarrollo y que nada que no sea bueno puede resultar de ellos si recurrimos más y más a cada uno y a todos los Doce Pasos para encontrar las respuestas que necesitamos.

Ahora llegamos al dilema más importante. ¿Qué hay que “practicar” estos principios en todos los actos de nuestra vida? ¿Podemos querer esa norma de vida en su totalidad, así como queremos ese pequeño segmento de ella que descubrimos cuando tratamos de que otros neuróticos logren su tranquilidad? ¿Podemos poner en nuestras, algunas veces maltrechas, relaciones familiares, el mismo cariño y tolerancia que ponemos en nuestro grupo N.A.? ¿Podemos tener la misma confianza y fe que tenemos en nuestros padrinos cuando se trata de aquéllas gentes a las que hemos infectado y hasta lisiado con nuestra enfermedad? ¿Podemos realmente seguir la esencia del Duodécimo Paso en el desempeño de nuestras ocupaciones? ¿Podemos enfrentarnos a las responsabilidades que acabamos de descubrir que tenemos con el mundo en general? ¿Y podemos tener una finalidad y devoción en la religión que sea la nuestra? ¿Podemos encontrar una nueva alegría de vivir al tratar de hacer de todo esto una realidad?.

Más aún, ¿cómo llegaremos a un acuerdo cuando se trate de un aparente fracaso o éxito? ¿Podemos ya aceptarlos o amoldarnos a ellos sin sentir desesperación ni orgullo? ¿Podemos aceptar la pobreza, las enfermedades, la soledad y las penas con valor y serenidad? ¿Podemos ser perseverantes en conformarnos con las satisfacciones más humildes, pero duraderas, cuando nos están vedadas otras que relumbran?.

La respuesta de N.A., a estas preguntas acerca de cómo vivir es: sí, todo esto es posible. Lo sabemos porque vemos cómo los sufrimientos, la monotonía y hasta las calamidades les han sido útiles a esos que perseveran en la práctica de los Doce Pasos. Y si estos son hechos de las vidas de muchos neuróticos que se han recuperado en N.A., también podrán serlo en las de muchos más.

Desde luego que ni los mejores de los N.A., obtienen una estabilidad emocional absoluta. Sin llegar a una crisis, hay veces en que perdemos el equilibrio. Algunas veces nuestras dificultades se presentan en forma de indiferencia. Estamos felices con nuestro trabajo de N.A. Las cosas marchan bien en casa y en la oficina. Nos felicitamos de lo que después resulta ser un punto de vista demasiado fácil y superficial. Nuestro desarrollo se detiene temporalmente porque estamos satisfechos de no necesitar de todos los Doce Pasos. Nos está yendo muy bien con solo unos cuántos de ellos. Tal vez nos esté yendo bien solo con dos, el Primer Paso y la parte del Duodécimo Paso que se refiere a llevar el mensaje. En la jerga de N.A., se dice de los que están en ese dichoso estado que están bailando el “paso doble”. Esto puede durar años.

Los mejores intencionados de nosotros podemos ser víctimas de esa ilusión. Tarde o temprano se nos acaba y todo parecerá muy aburrido. Empezamos a pensar que N.A., no da ningún resultado. Nos sentimos perplejos y desilusionados.

Entonces tal vez la vida, como suele hacerlo, nos depare una contingencia difícil de tragar y aún más de digerir. Nos falla un ascenso que hemos tratado de conseguir. Perdemos un buen empleo. Tal vez haya dificultades domésticas o amorosas, o tal vez perdamos a un ser querido.

¿Qué pasa entonces? ¿Tenemos o podemos obtener, nosotros los que estamos en N.A., los recursos necesarios para afrontar estas calamidades que aquejan a tantos? Estos eran problemas de la vida que antes no podíamos afrontar. ¿Podemos ahora con la ayuda de Dios tal y como cada uno lo concibe, manejarlas tan bien como casi siempre lo hacen nuestros amigos los que no son neuróticos? ¿Podemos convertir esas calamidades en ventajas y fuentes de desarrollo y de bienestar para nosotros y para los que nos rodean?

Pues bien, tendremos una oportunidad si cambiamos el sistema de los dos pasos por el de los Doce Pasos, y si estamos dispuestos a recibir la Gracia de Dios que puede sostenernos y fortalecernos en cualquier catástrofe.

Nuestras dificultades básicas son las mismas que las de los demás, pero cuando se hace un esfuerzo sincero para “practicar estos principios en todos nuestros actos”, los N.A., que están bien cimentados parecen tener la capacidad necesaria, con la Gracia de Dios, para sobrellevar estas dificultades de fe. Hemos visto a compañeros de N.A., padecer enfermedades crónicas y fatales casi sin quejarse y a veces hasta de buen humor. Algunas veces hemos sido testigos de cómo el nuevo modo de vivir de N.A., ha vuelto a unir a familias que se habían desbaratado a consecuencia de falta de entendimiento, tensiones o infidelidades.

Aunque la capacidad económica de la mayoría de los miembros de N.A., es relativamente elevada, hay algunos que tienen dificultades de esa naturaleza y otros que tropiezan con serios trastornos de la misma índole. Generalmente hemos visto que estas situaciones son afrontadas con fortaleza y con fe.

Como la mayoría de la gente, nos hemos dado cuenta de que podemos resolver las dificultades conforme se presenten. Pero también, como los demás, frecuentemente encontramos desafíos mayores, problemas de la vida que son constantes. Nuestra respuesta es un desarrollo espiritual más intenso. Solo así podremos tener mayores oportunidades de llevar una vida verdaderamente útil y feliz. Y a medida que nuestro desarrollo espiritual es mayor, nos daremos cuenta que nuestra antigua actitud hacia nuestros instintos necesita ser revisada drásticamente. Nuestra ansiedad de seguridad y riqueza, de prestigio personal, de poder y de satisfacciones familiares debe ser encausada. Hemos aprendido que la satisfacción de los instintos, no puede ser el único propósito y fin de nuestras vidas. Si anteponemos los instintos, hemos puesto la carreta delante del caballo: seremos arrastrados hacia atrás rumbo a la desilusión. Pero cuando estamos dispuestos a poner en primer lugar nuestro desarrollo espiritual, entonces y solo entonces, tendremos una verdadera oportunidad.

Después de ingresar a N.A., si progresa nuestro desarrollo, nuestra actitud y nuestros actos con respecto a la seguridad –seguridad emocional y seguridad económica- empiezan a cambiar profundamente. Nuestra exigencia de seguridad emocional como creemos que es, nos había involucrado constantemente en relaciones falsas con otras personas. Aunque a veces no nos dábamos cuenta de esto, el resultado siempre era el mismo. O la hacíamos de Dios y dominábamos a los que nos rodeaban, o insistíamos en depender de ellos de una manera exagerada. Cuando algunos permitían que manejáramos temporalmente sus vidas como si fueran niños, nosotros nos sentíamos muy satisfechos y seguros de nosotros mismos. Pero cuando se llegaron a resistir o huyeron de nosotros, nos sentíamos profundamente heridos y desilusionados. Los culpábamos porque no nos dábamos cuenta de que nuestras exigencias irrazonables eran la causa de ello.

Cuando actuábamos en la forma opuesta e insistíamos, portándonos como si fuéramos niños, en que las gentes nos protegieran y cuidaran, o en que todo el mundo tenía la obligación de proporcionarnos un medio de vida, el resultado fue igualmente desgraciado. Esto frecuentemente hacía que las gentes a las que más queríamos nos hicieran a un lado o que nos abandonaran completamente. Había sido muy difícil soportar nuestras desilusiones. No podíamos imaginarnos por qué nos trataban así. No nos habíamos dado cuenta de que a pesar de ser adultos en años, todavía nos portábamos como niños, tratando que todos –amigos, esposas, maridos, todo el mundo- nos protegieran como si fueran nuestros padres. Nos habíamos negado a aprender la difícil lección de que la excesiva dependencia hacia otro no da resultado, porque todas las gentes son falibles y aún los mejores de ellos algunas veces nos dejan mal, especialmente cuando nuestras exigencias se vuelven irrazonables.

Conforme progresamos espiritualmente vimos estos engaños claramente. Se hizo evidente que para poder sentirnos emocionalmente seguros entre gente adulta tendríamos que vivir “a base de dar y recibir”; tendríamos que desarrollar la conciencia de estar en sociedad o en hermandad con las gentes que nos rodean. Nos dimos cuenta de que tendríamos que dar de nosotros mismos constantemente sin exigir recompensa. Cuando lo hicimos empeñosamente, empezamos a descubrir que atraíamos a otros como antes no lo hacíamos. Y hasta cuando nos dejaban mal, podíamos ser comprensivos y aquello no nos afectaba muy seriamente.

Cuando progresamos más descubrimos que la fuente ideal de estabilidad emocional es el mismo Dios. Descubrimos que la dependencia de Su Justicia Perfecta, Perdón y Amor, era saludable y que operaría donde nada ni nadie lo había hecho. Si en realidad dependíamos de Dios no era lógico que tratáramos de hacer el papel de Dios ante nuestros semejantes, ni que sintiéramos la necesidad de depender totalmente de la protección y el cuidado humano. Estas fueron las actitudes que finalmente nos proporcionaron fortaleza interior y paz, que no podrían sacudir fácilmente los defectos de los demás ni cualquier calamidad ajena a nuestra voluntad que se presentara.

Aprendimos que este punto de vista era algo especialmente necesario para nosotros los neuróticos, porque habíamos experimentado una situación de soledad a pesar de estar rodeados de gentes que nos querían. Pero cuando nuestra obstinación había alejado de nosotros a todos, y nuestro aislamiento se había vuelto completo, esto dio lugar a que empezáramos a presumir de ser personajes y luego empezáramos a mendigar. Todavía estábamos tratando de encontrar seguridad emocional al ser dominantes o dependientes de otros. Aún cuando nuestra situación económica no había llegado a un grado desesperante, pero sí nos encontrábamos aislados en el mundo, todavía tratábamos en vano de sentirnos seguros valiéndonos de alguna clase de dominación o de dependencia. N.A., tiene un significado muy especial para aquellos de nosotros que fuimos así. A través de los Doce Pasos empezamos a aprender lo que verdaderamente son las relaciones con gentes que nos comprenden; ya no tendremos que estar solos.

La mayor parte de las personas que están casadas en N.A., tienen hogares felices. N.A., ha aligerado en un grado sorprendente el peligro que años de desequilibrio emocional entrañan para la vida familiar. Pero lo mismo que en otras sociedades, tenemos problemas sexuales y conyugales y algunas veces son desconsoladamente agudos. Separaciones y rupturas conyugales son poco frecuentes en N.A., nuestro principal problema no está en cómo conservar la unidad en el matrimonio, está en procurar mayor felicidad en él, eliminando los problemas agudos que tan frecuentemente derivan de las crisis emocionales.

Casi todo ser humano cabal siente en algún momento de su vida el deseo apremiante de encontrar consorte con quien realizar la unión más completa que existe – espiritual, mental, emocional y física -. Esta urgencia imperiosa es la base de muchos de los logros humanos, es una energía creadora que influye profundamente en nuestras vidas. Dios nos hizo así. Así es que nuestro problema es el siguiente: ¿Cómo es que por ignorancia, por compulsión y por la propia voluntad, hacemos mal uso de este don y tratamos de destruirnos? Nosotros los N.A., no pretendemos tener la respuesta a estas perplejidades seculares, pero nuestra propia experiencia nos proporciona ciertas respuestas que a nosotros nos han dado resultados positivos.

Cuando la neurosis ataca pueden presentarse situaciones anormales que amenazan los lazos del matrimonio. Si el afectado es el hombre, la esposa tiene que asumir la responsabilidad del hogar y frecuentemente su sostenimiento. A medida que las cosas empeoran, el marido se vuelve un niño enfermo e irresponsable que necesita que se le cuide y saque de innumerables atolladeros. Gradualmente y sin darse cuenta la esposa se ve obligada a convertirse en madre de un niño descarriado. Y si para empezar ella tenía un instinto materno pronunciado, la situación se agrava. Es obvio que en estas condiciones no puede haber una sociedad verdadera. La esposa sigue actuando lo mejor que puede, pero el neurótico alternativamente ansía y aborrece la protección maternal. Entonces se establece un cuadro que es muy difícil de cambiar después. Sin embargo, bajo la influencia de N.A.; estas situaciones muy a menudo se componen.

Pero cuando el desequilibrio ha sido grande, será necesario pasar por un período largo de esfuerzo. Después de que el marido ha ingresado a N.A.; la esposa puede tornarse descontenta y hasta muy resentida de que N.A., haya hecho precisamente lo que ella no pudo hacer, en todos los años de su vida de dedicarse a tratar de hacerlo. Tal vez su esposo se enfrasque tanto en N.A., que empiece a estar fuera de su casa con frecuencia. Él, al darse cuenta, le recomienda a su esposa los Doce Pasos de N.A., y trata de enseñarle a vivir. Naturalmente ella piensa que durante años enteros ha demostrado ser más apta que él en ese sentido. Se culpan mutuamente y se preguntan si su vida conyugal volverá algún día a ser feliz. Pueden hasta llegar a sospechar que desde el principio no lo fue.

La compatibilidad puede desde luego estar seriamente dañada, a tal grado que una separación sea inevitable. El neurótico dándose cuenta de lo que ha soportado la esposa y comprendiendo ahora cabalmente la magnitud del daño que le hizo a ella y a sus hijos, casi siempre se hace cargo de sus responsabilidades matrimoniales, con la mejor buena voluntad de reparar lo que se puede y aceptar lo que no. Aplica con perseverancia en su hogar todo los Doce Pasos de N.A.; derivado de ello, los buenos resultados no se harán esperar. En este estado, comienza con firmeza y cariño a portarse como socio en vez de cómo niño malcriado. Y sobre todo, al fin ya se ha convencido de que las aventuras amorosas atolondradas no son para él.

¿Qué puede decirse de muchos N.A. que no pueden tener una vida conyugal? Al principio muchos de ellos se sienten solos, heridos y excluidos cuando contemplan la felicidad doméstica que existe a su alrededor. Si esta clase de felicidad no es para ellos, ¿puede N.A., ofrecerles satisfacciones de importancia y durabilidad similares? Sí, siempre que se trate con ahínco de encontrarlas. Estos “solitarios” que están rodeados de tantos amigos en N.A.; dicen que no se sienten solos. En sociedad con muchos hombres y mujeres, pueden dedicarse a muchos propósitos, personas y proyectos constructivos, e incluso, con el tiempo, a través de la práctica del Programa de Recuperación, logran tal estabilidad emocional, que llegan a casarse (no entre compañeros).

Diariamente observamos a miembros, casados o solteros, que prestan valiosos servicios y que como resultado de lo que hacen reciben satisfacciones y alegrías. Nuestro punto de vista en lo que respecta a la posesión de riquezas y de otras cosas de índole material, también cambió radicalmente. Con pocas excepciones, todos nosotros habíamos sido botarates. Tirábamos el dinero para darnos gusto y para impresionar a los demás. A veces nos conducíamos como si el dinero fuera inagotable, a pesar de que entre una y otra parranda emocional nos íbamos al otro extremo y nos volvíamos mezquinos. Sin darnos cuenta estábamos ahorrando para la próxima parranda. El dinero era el símbolo de placer y de la propia importancia. Cuando nuestra manera de ser había empeorado bastante, el dinero era solo un requisito apremiante que podía proporcionarnos una vía de escape y la tranquilidad y el olvido, que momentáneamente conteníamos con ella.

Al ingresar a N.A., estas actitudes se invirtieron frecuentemente con exageración. El espectáculo de años de derroche nos llenó de pánico. Pensamos que no tendríamos tiempo de reconstruir nuestra maltrecha economía. ¿Cómo podríamos pagar aquellas deudas, llegar a ser dueños de una casa, educar a nuestros hijos y ahorrar una reserva para nuestra vejez? Tener mucho dinero ya no era nuestro fin principal, ahora solo anhelábamos seguridad material. Aún después de volver a encausarnos en nuestros negocios, estos temores nos seguían persiguiendo. Esto hizo que volviéramos a contar los centavos. Era necesario tener una absoluta seguridad económica. Nos olvidamos de que la mayoría de los neuróticos que están en N.A., tienen una capacidad para ganar dinero que está por encima del término medio; nos olvidamos de la gran buena voluntad de ayudarnos a conseguir empleo, de la necesidad que tienen nuestros hermanos de N.A.; nos olvidamos de la real o posible inseguridad económica de todos los seres humanos. Y lo peor fue que nos olvidamos de Dios. En asuntos de dinero solo teníamos fe en nosotros mismos, y ésta no era mucha.

Esto quería decir desde luego, que todavía estábamos muy desequilibrados. Cuando un trabajo parecía ser, solo un medio de ganar dinero, y no una oportunidad de servir, cuando la adquisición de dinero para la independencia económica parecía más importante que la debida dependencia de Dios, todavía éramos víctimas de temores irrazonables. Y estos eran temores que hacían completamente imposible tener una existencia tranquila y útil en cualquier nivel económico.

Pero a medida que pasó el tiempo nos dimos cuenta de que con la ayuda de los Doce Pasos de N.A., podríamos desechar esos temores sin importar cual fuera el panorama económico. Podíamos desempeñar trabajos humildes sin preocuparnos del mañana. Si nuestra situación era buena, no temíamos que se volviera mala, porque habíamos aprendido que esas dificultades podrían trasformarse en valores importantes. No importaba demasiado el estado de nuestra condición espiritual. Gradualmente el dinero se convirtió en nuestro servidor y dejó de ser nuestro patrón. Se convirtió en un instrumento para el intercambio de amor y para servir a los que nos rodean. Cuando, con la ayuda de Dios aceptamos con tranquilidad la parte que nos corresponde, descubrimos que podíamos vivir en paz con nosotros mismos y que podíamos enseñarles a otros, que también padecían esos temores, que podrían librarse de ellos. Descubrimos que era más importante estar libres de temores que de necesidades materiales.

Aquí podemos fijarnos en el progreso que hemos logrado en problemas de importancia personal, poder, ambición y mando. Estos fueron escollos que hicieron naufragar a muchos de nosotros en nuestras carreras.

Casi todo niño en cualquier país sueña en llegar a ser presidente de su patria. Quiere llegar a ser el primer hombre de su nación. Cuando crece y se da cuenta de que ello es imposible, tal vez sonría recordando su sueño infantil. Más tarde descubre que la verdadera felicidad no está en ser el primero de su nación y ni siquiera en ser el primero de su clase, en la descorazonada lucha por el dinero, las aventuras o el prestigio. Aprende que puede sentirse contento mientras desempeñe el papel que a él le ha tocado en la vida. Todavía es ambicioso, pero ya no en una forma absurda, porque ahora ya puede darse cuenta de la realidad y puede aceptarla. Está dispuesto a conformarse.

Con los neuróticos no sucede lo mismo. En los primeros tiempos de N.A., varios eminentes médicos y psicólogos hicieron un estudio exhaustivo de un grupo promedio de individuos a los que se les llama “problema”. Estos doctores no estaban tratando de establecer la diferencia entre unos y otros de nosotros; trataban de establecer cuáles eran los rasgos de personalidad que tenían en común los compañeros de ese grupo. Al final llegaron a una conclusión que ofendió a los que entonces eran miembros de N.A. Estos señores tuvieron el desparpajo de decir que la mayoría de los que habían observado eran todavía pueriles, emocionalmente sensitivos y ampulosos.

¡Cómo resentimos nosotros los neuróticos, ese dictamen! No podíamos creer que nuestros sueños de grandeza fueran todavía infantiles. Y tomando en cuenta la rudeza con que nos había tratado la vida, nos parecía muy natural que fuéramos emocionalmente sensibles. En lo tocante a nuestra conducta ampulosa, insistíamos en que lo único que teníamos era una ambición grande pero legítima de ganar la batalla de la vida.

Sin embargo, en el transcurso del tiempo la mayoría de nosotros logró estar de acuerdo con lo que opinaron esos doctores. Hemos podido observarnos con mayor agudeza a nosotros mismos y a los que nos rodean. Nos hemos podido dar cuenta de que había temores o ansiedades irrazonables que nos impulsaban a convertir, en una tarea de toda la vida, el empeño de conseguir familia, dinero y lo que creíamos que era poder. De tal manera, el falso orgullo se volvió el reverso de aquella moneda fatal que tenía estampado “miedo”. Sencillamente teníamos que ser el número uno para tapar esas inferioridades que teníamos por dentro. Cuando tuvimos éxitos esporádicos, alardeamos de que tendríamos otros más; cuando perdimos, nos sentimos amargados. Si no obteníamos ningún éxito mundano, nos sentíamos deprimidos y acobardados. Entonces la gente decía que éramos de un tipo “inferior”. Pero ahora ya nos damos cuenta de que somos astillas del mismo palo. En el fondo habíamos sido anormalmente temerosos. Poco importaba que hubiéramos estado a la orilla del mar de la vida tratando de olvidar; o que irresponsablemente hubiéramos avanzado en él hasta una distancia a la que no podíamos llegar por no saber nadar bien. El resultado fue el mismo: todos, por poco nos ahogamos.

En la actualidad, gracias a los Doce Pasos de N.A., esos impulsos ya han sido encausados hacia su propósito verdadero. Ya no tratábamos de dominar y de dirigir a los que nos rodean para satisfacer nuestra vanidad. Ya no buscamos fama y honores para que nos alaben. Cuando por nuestra dedicación a la familia, los amigos, los negocios o la comunidad, nos granjeamos el afecto general y algunas veces se nos escoge para ocupar puestos de mayor responsabilidad y confianza, tratamos de ser humildemente agradecidos y nos esforzamos con un espíritu de amor en ser serviciales. Descubrimos que el mando depende del ejemplo eficaz y no de los desplantes vanos de gloria y poderío.

Aún más maravilloso es saber, que no tenemos que distinguirnos en una forma especial que nuestros compañeros, para poder ser útiles y felices. Pocos de nosotros podemos llegar a ser prominentes jefes y tampoco lo deseamos. Los servicios que se hacen con gusto, el cumplimiento estricto de nuestras obligaciones, las dificultades aceptadas o resueltas con la ayuda de Dios, el saber que en nuestro hogar o en el mundo somos socios en una tarea común, el hecho bien entendido de que a los ojos de Dios todos los seres humanos son importantes, la seguridad de que ya no estamos aislados y solos en cárceles que nosotros mismos construimos, la certeza de que encajamos en el orden de las cosas de Dios: éstas son dos satisfacciones verdaderas y legítimas de un modo de vivir adecuado que no pueden ser substituidas por ningún grado de pompa y ningún cúmulo de posesiones materiales. La ambición verdadera no es lo que creíamos que era. La ambición verdadera es el deseo intenso de vivir útilmente y cambiar humildemente siguiendo la Gracia de Dios.

Estos pequeños estudios de los Doce Pasos de N.A., llegan ahora a su fin. Hemos considerado tantos problemas que puede parecer que N.A., se dedica principalmente a desmenuzar problemas y cazar dificultades. Es verdad hasta cierto grado. Hemos estado tratando de problemas porque somos gentes que teníamos problemas que hemos podido resolver y deseamos compartir la forma en que lo hicimos con todos aquellos a quienes pueda ser útil.

Porque solamente aceptando y resolviendo nuestros problemas podemos estar bien con nosotros mismos, con el mundo en que vivimos, y con el que Preside sobre todos nosotros. La comprensión es la clave de los principios y actitudes genuinas y la acción correcta es la clave de una mejor manera de vivir; por consiguiente, la manera de vivir debidamente es el tema del Duodécimo Paso.

Que cada día que pase pueda cada uno de nosotros percibir más profundamente el verdadero significado de esta sencilla oración de N.A.:

“Dios me conceda
la Serenidad para aceptar las cosas
que no puedo cambiar,
Valor para cambiar las que puedo
y Sabiduría para discernir la diferencia.
Hágase Tu Voluntad, no la mía”.

«Los doce pasos de Neuróticos Anónimos»

Los doce pasos de neuróticos Anónimos
Movimiento Buena Voluntad 24 Horas de Neuróticos Anónimos.

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