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Undécimo paso de Neuróticos Anónimos

Buscamos a través de la oración y la meditación mejorar nuestro contacto consciente con Dios tal y como lo concebimos, pidiéndole solamente que nos dejase conocer su voluntad para con nosotros y nos diese la fortaleza para aceptarla.

La oración y la meditación son los principales medios que tenemos para comunicarnos conscientemente con Dios.

Nosotros los N.A., somos gentes activas, gozando de la satisfacción de enfrentarnos a la realidad de la vida, generalmente por primera vez en nuestra existencia, y tratando de ayudar al próximo neurótico que encontremos. Así es que no es raro que tengamos la tendencia a menospreciar la meditación y la oración, como si fueran innecesarias en realidad. Sí sentimos que es algo que puede sernos útil para cuando se nos presente una emergencia eventual, pero al principio la mayoría de nosotros suele considerarle algo así como una misteriosa maña de clérigos de la que podemos derivar beneficios de segunda mano. O tal vez no creemos en nada de esto.

Para algunos de los recién ingresados y para los que fueron agnósticos que todavía se aferran a la idea de que el grupo N.A., es para ellos su Poder Superior, la fuerza de la oración, a pesar de toda la lógica y de la experiencia que la comprueba, sigue siendo algo que no los convence y a lo que ponen reparos. Aquellos de nosotros que pensamos así alguna vez, podemos comprender y compadecernos de ellos. Nos acordamos muy bien de cómo algo que teníamos muy dentro de nosotros que se rebelaba continuamente por la idea de tener que inclinarnos ante cualquier Dios. ¿Qué de los accidentes, enfermedades, crueldades e injusticias que azotan al mundo? ¿Qué de las vidas desgraciadas por el resultado directo de un nacimiento desdichado y en circunstancias ajenas a todo control? En esas circunstancias no puede haber justicia y por consiguiente no puede haber Dios. Algunas veces nuestro alegato era ligeramente distinto. Nos decíamos que indudablemente la gallina había existido antes que el huevo. Indiscutiblemente el universo tenía una “una primera causa” de alguna índole, el átomo unas veces caliente y otras frío. Pero ciertamente no existía prueba de que algún Dios hubiera conocido a los seres humanos o que se hubiere interesado en ellos. N.A. nos parecía bien, estábamos prontos a decir que había hecho milagros. Pero retrocedíamos ante la oración y la meditación tan obstinadamente como el científico que se rehusaba a hacer cierto experimento por temor a que éste comprobara que su teoría favorita estaba equivocada. Claro que al fin experimentamos y cuando los resultados fueron inesperados pensamos de otra manera; de hecho supimos que había algo distinto y que desconocíamos; y así aceptamos la meditación y la oración. Y hemos descubierto que eso puede suceder a cualquiera que trate de lograrlo, bien se ha dicho que “casi los únicos que se burlan de la oración son aquellos que nunca han tratado realmente de orar”.

Aquellos de nosotros que ya tenemos el hábito de orar, no podíamos prescindir de la oración del mismo modo que no podíamos vivir sin aire y sin comer. Cuando rechazamos el aire o la comida, el cuerpo sufre. Y cuando nos alejamos de la meditación y de la oración en igual forma privamos a nuestras mentes, emociones o intuiciones, de un sostén vital que necesitan. Así como el cuerpo falla por falta de alimentación, también puede fallar el alma. Todos necesitamos la luz de la realidad de Dios, el alimento de su fuerza y el ambiente de su Gracia. Los hechos en la vida de N.A., confirman en un grado sorprendente esta verdad.

Hay una conexión directa entre el examen de uno mismo, la meditación y la oración. Separadamente pueden proporcionar gran alivio y beneficio, pero cuando se les relaciona y entrelaza lógicamente el resultado es una base firme de toda la vida. De vez en cuando se nos puede conceder entrever esa realidad fundamental que es el reino de Dios. Y se nos concederá y se nos asegurará que nuestro propio destino estará seguro en ese reino siempre que tratemos, no importa que haya vacilaciones, de encontrar y de hacer la Voluntad de nuestro propio Creador.

Como hemos visto, la búsqueda de uno mismo es el medio a través del cual hacemos llegar, a la parte oscura y negativa de nuestras naturalezas, la visión nueva, la acción y la Gracia necesarias. Es un paso en el desarrollo de la humildad que hace posible que recibamos la ayuda de Dios. Pero sólo es un paso. Queremos ir más lejos.

Deseamos que crezca y florezca lo bueno que hay en nosotros. Tenemos mucha necesidad de aire tonificante y de alimento. Pero antes que nada necesitamos la luz del sol; casi nada crece en la oscuridad. La meditación nos proporcionará la luz del sol. ¿Cómo le haremos para meditar?.

La experiencia real que existe de la meditación a través de los siglos es inmensa. Esparcidos en todo el mundo, bibliotecas y templos de todas las religiones guardan tesoros para los investigadores.

Es de esperarse que todo aquel N.A., que tenga algún nexo religioso en el que se haga énfasis en la meditación, vuelva a practicar esa devoción con más firmeza que nunca. ¿Pero qué de aquellos de nosotros que por desgracia no sabemos ni cómo empezar?.

Bien, podemos empezar en esta forma. Primero veamos lo que es la oración. No tendremos que ir lejos a buscar; los grandes hombres de todas las religiones nos dejaron un legado maravilloso. Examinemos esta oración que se considera clásica. Su autor fue un hombre calificado como un santo desde hace siglos. Este hecho no nos va a asustar ni a predisponer, porque él padeció como nosotros de disturbios emocionales. Y, cuando salió de ese estado, expresó esta oración lo que pudo entonces ver y sentir y lo que quería llegar a ser:

SEÑOR
Haz de mi conducto de Tu Paz:
Para que allí a donde haya odio,
pueda llevar amor.
Para que donde haya mal,
pueda llevar el espíritu del perdón.
Para que a donde hay discordia,
pueda llevar armonía.
Para que a donde haya error,
pueda llevar la verdad.
Para que a donde haya la duda,
pueda llevar la fe.
Para que a donde haya el desconsuelo,
pueda llevar la esperanza.
Para que a donde haya tinieblas, pueda
llevar la luz.
Para que a donde haya tristeza,
pueda llevar alegría.
SEÑOR:
Concédeme que yo pueda consolar y no ser
consolado.
Comprender, y no ser comprendido.
Amar, y no ser amado.
Porque para encontrarse hay que olvidarse
de sí mismo.
Perdonando, seremos perdonados.
Al morir es cuando despertamos a la Vida
Eterna.
Amén.

Como principiantes en la meditación podemos releer despacio, varias veces, esta oración, saboreando cada palabra y tratando de comprender el significado de cada frase y de cada idea. Nos ayudará a despojarnos de cualquier oposición que tengamos a esa oración. Porque en la meditación no cabe la discusión. Descansamos como si estuviéramos en una playa tranquila y aspiramos hondo la atmósfera espiritual con la que la gracia de la oración nos rodea. Necesitamos buena voluntad para participar y ser fortalecidos, y elevados por el Poder Espiritual, la Belleza y el Amor, pensamos en el misterio que encierra, elevamos la mirada al lejano horizonte detrás del que buscaremos maravillas que nos son desconocidas.

“Caramba -dice alguien- esto es absurdo. No tiene nada de práctico”. Cuando se piensa así, podemos recordar con cierto pesar la mucha importancia que le dábamos a la imaginación cuando ésta trataba de convertir en realidades nuestros sueños. Sí, gozábamos con esa manera de pensar. ¿Hay ocasiones en las que tratamos de hacer más o menos lo mismo? Tal vez nuestra dificultad no estaba en que usábamos nuestra imaginación hacia objetivos apropiados. No hay nada de malo en la imaginación constructiva; todos los logros firmes se basan en ella. Después de todo nadie puede construir una casa sin planearla antes. Bueno, la meditación también es así; nos ayuda a distinguir nuestro objetivo espiritual antes de que vayamos hacia él. Así es que regresemos a esa playa tranquila.

Cuando con estos procedimientos tan sencillos hemos creado un estado de ánimo propicio para concentrar sin obstáculos nuestra imaginación constructiva podemos proceder así; volvemos a leer nuestra oración y tratamos una vez más de darnos cuenta de su verdadera esencia. Pensamos en el que la rezó por primera vez. Primero, él quería ser un “conducto”. Después pidió la Gracia necesaria para otorgar amor, perdón, armonía, verdad, fe, esperanza, luz y alegría, a cuanto ser humano pudiera.

Después expresa su anhelo y su esperanza. Tenía esperanza de que con la voluntad de Dios podía encontrar algunos de estos tesoros. Esto trataría de hacerlo olvidándose de sí mismo. ¿Qué quiso decir con la expresión “olvidándose de sí mismo” y cómo se proponía llevar a cabo lo que ella implica? Le pareció mejor consolar que ser consolado; comprender que ser comprendido; perdonar que ser perdonado.

Esto podría ser parte de lo que se llama meditación; tal vez nuestro primer intento de penetrar en una esfera espiritual. Después de este intento debemos fijarnos en la situación en que estamos y pensar en lo que podría ser de nuestras vidas si pudiéramos acercarnos más al ideal que hemos estado tratando de vislumbrar. La meditación es algo que siempre puede perfeccionarse. No tiene limitaciones. Guiados por los ejemplos y las enseñanzas que hayamos obtenido, es esencial aventurarnos solos y de acuerdo con la manera de ser de cada quien. Pero el objetivo siempre es el mismo: mejorar nuestro contacto consciente con Dios, con Su Gracia, Sabiduría y Amor. Y recordemos que, en realidad, la meditación es algo muy práctico. Uno de los primeros resultados que se obtienen de ella es el equilibrio emocional. Con ella podemos ampliar el conducto entre nosotros y Dios, tal como cada quien lo concibe.

¿Y la oración? La oración es la elevación a Dios del corazón y de la mente y en este sentido también abarca a la meditación. ¿Cómo podemos proceder? ¿En qué forma está relacionada con la meditación?. La oración como se le considera comúnmente es un ruego que se le hace a Dios.

Disponiendo ya de más medios, tratemos de pedir aquello que es debido y que nosotros y los demás necesitamos más. Y creemos que el límite de nuestras necesidades está bien definido en esta parte del Paso Undécimo que dice: “pidiéndole que nos ilumine así a fin de poder cumplir con Su Voluntad”. Esta es una clase de petición que puede hacerse a cualquier hora.

Por la mañana pensamos en las horas venideras. Tal vez pensamos en nuestro trabajo de ese día y en las oportunidades que en él tendremos de ser útiles y de poder ayudar, o tal vez pensamos en que se nos pueda presentar algún problema. Posiblemente el día de hoy traiga la continuación de algún problema serio que no se resolvió ayer. Nuestra reacción inmediata será caer en la tentación de pedir soluciones específicas para nuestros problemas y capacidad para ayudar a otros tal como ya habíamos pensado que debíamos hacerlo. En este caso le estamos pidiendo a Dios que obre a nuestro modo. Por consiguiente, debemos considerar, cuidadosamente cada petición para poder darnos cuenta de cual es su verdadero mérito. Aún así, cuando se hagan peticiones específicas será bueno añadirle a cada una esta salvedad: …si es Tu Voluntad. Sencillamente le pedimos a Dios en el transcurso de cada día que nos permita comprender Su Voluntad para obtener la gracia con que cumplir.

A medida que transcurre el día podemos detenernos cuando haya que afrontar determinadas situaciones y tomar ciertas decisiones y volver a pedir sencillamente: “Hágase Su Voluntad y no la mía”. Si en ese momento nuestro estado emocional fuese grave, conservaremos mejor nuestro equilibrio si recordamos o nos repetimos alguna frase o alguna oración que nos hubiera llamado la atención en nuestras lecturas o meditaciones. El solo hecho de repetirla una y otra vez, frecuentemente nos ayudará a remover obstáculos tales como la cólera, el miedo, la frustración y el mal entendimiento, y a volvernos hacía la clase de ayuda más segura en momentos difíciles: nuestra búsqueda de la Voluntad de Dios, no la nuestra. En estos momentos críticos, si recordamos que “es mejor consolar que ser consolado”, “comprender que ser comprendido, amar que ser amado”, estaremos siguiendo lo que es el propósito del Paso Undécimo”.

Desde luego que es razonable y comprensible que a menudo se haga esta pregunta: “¿Por qué no podemos dirigirnos directamente a Dios cuando tenemos un problema específico que nos aflige y por qué no podemos obtener de Él respuestas positivas y definitivas a nuestras preguntas a través de la oración?”.

Esto puede hacerse pero tiene sus riesgos. Hemos conocido a muchos N.A., que han pedido con mucho empeño y fe en Dios, les dé direcciones explícitas en asuntos que van desde crisis familiares o económicas, hasta defectos personales como la morosidad.

A menudo, las ideas que parecen venidas de Dios no parecen resolver nada. Resultan ser en realidad racionalizaciones inconscientes bien intencionadas. El miembro de N.A., o más bien cualquier persona que trate de normar su vida rígidamente de acuerdo con esta manera de orar, resulta un individuo particularmente desconcertante por esa su exigencia de que Dios responda a sus demandas egoístas. A cualquier pregunta o comentario que se le haga de sus actos, inmediatamente saca a relucir la confianza que tiene en la oración como guía en toda clase de asuntos, sean importantes o no. Puede haber olvidado que su manera de pensar voluntariosa y la tendencia humana a racionalizar, han distorsionado eso que él llama guía. Con las mejoras intenciones tiende a imponer su voluntad en toda clase de situaciones con la cómoda certeza de que está obrando de acuerdo con las instrucciones específicas de Dios. Con esa ilusión puede, sin quererlo, causar verdaderos estragos.

También caemos en otra tentación parecida. Nos formamos ideas acerca de lo que creemos que es la voluntad de Dios para con otras gentes. Nos decimos “éste debe ser curado de su mal fatal”… o “éste debe ser librado de su sufrimiento emocional”… Y oramos porque se haga cada una de esas cosas. Esas oraciones constituyen fundamentalmente buenos actos, pero a menudo están basadas en una suposición de lo que la voluntad de Dios es para con esas personas por las que oramos. Esto significa que al lado de una oración fervorosa puede haber cierto grado de presunción y fatuidad de nuestra parte. La experiencia de N.A., indica que en estos casos debemos rogar que se haga la Voluntad de Dios, sea como fuere para con otros así como para con nosotros mismos.

En N.A., hemos descubierto que los verdaderos buenos resultados de la oración son indiscutibles. Todos los que han insistido han hallado un grado de fortaleza que normalmente no poseían, han encontrado un grado de sabiduría que va más allá de lo que es su capacidad normal. Y han encontrado una creciente tranquilidad espiritual que puede sostener con firmeza en circunstancias difíciles.

Descubrimos que recibimos dirección de nuestras vidas en el mismo grado en que le dejamos de hacer a Dios peticiones que están de acuerdo con nuestras exigencias. Casi cualquier N.A., con alguna experiencia podrá decir como han cambiado sus asuntos en una forma inesperada, desde que empezó a tratar de mejorar su contacto consciente con Dios.

También mencionará que en cada período de aflicción y de sufrimiento, cuando la mano de Dios parece pesada y aún injusta se aprenden nuevas lecciones de cómo vivir, se descubren nuevos recursos de fortaleza y final e ineludiblemente se llega a la convicción de que Dios “maneja en una forma misteriosa los prodigios que realiza”.

Todo esto debe de ser muy alentador para aquellos que rechazan el acto de orar porque no creen en ello o porque se sientan distanciados de la ayuda y dirección de Dios. Todos nosotros sin excepción, pasamos por épocas en las que solamente podemos orar si nos esforzamos en hacerlo. Ocasionalmente vamos aún más lejos. Se apodera de nosotros una rebeldía a tal grado, que nos enferma y nos impide orar. Cuando esto sucede no debemos de pensar mal de nosotros mismos. Sencillamente debemos volver a orar tan pronto como podamos, haciendo lo que estamos seguros que nos beneficia.

Tal vez una de las mejores recompensas de la oración y la meditación es el sentir que pertenecemos. Ya no vivimos en un mundo hostil. Ya no estamos perdidos, temerosos y sin un objetivo. En el momento en que alcancemos a vislumbrar la Voluntad de Dios, en el momento en que empecemos a considerar la verdad, la justicia y el amor como verdades eternas y reales de la vida, no nos alterará tan profundamente la evidencia aparente de lo contrario que nos rodea en asuntos de índole netamente humano. Sabemos que Dios vigila amorosamente sobre nosotros. Sabemos que cuando nos acercamos a Él, todo estará bien en nosotros, aquí y en el más allá.

«Los doce pasos de Neuróticos Anónimos»

Los doce pasos de neuróticos Anónimos
Movimiento Buena Voluntad 24 Horas de Neuróticos Anónimos.

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