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Sexto paso de Neuróticos Anónimos

Estuvimos dispuestos a dejar que Dios eliminase todos estos defectos de carácter.

“Este es un paso que separa a los hombres de los muchachos…”. Así piensa un clérigo. Dice que la persona que tiene la suficiente buena voluntad y honradez para aplicar una y otra vez el Sexto Paso a sus defectos “sin reservas de ninguna especie”, ha avanzado mucho espiritualmente, y por consiguiente merece que se diga de él que es una persona que está tratando sinceramente de crecer a la imagen de propio Creador.

Desde luego la frecuentemente discutida pregunta de si Dios puede eliminar defectos de carácter –y si lo hará bajo ciertas condiciones-, tendrá una respuesta afirmativa de parte de casi cualquier miembro de N.A. Para él esta proposición no es una teoría; para él será tal vez el hecho más importante de su vida.

Generalmente se referirá a ello así: “Seguramente que estaba vencido, absolutamente derrotado. Mi fuerza de voluntad no me servía en nada para controlar mis emociones. Cambios de ambientes, los mejores esfuerzos de mi familia y mis amigos, de médicos y clérigos, resultaron inútiles contra mi neurosis. Sencillamente no podía controlarme y nadie podría lograr que lo hiciera. Pero cuando estuve dispuesto a ventilarme y le pedí a un Poder Superior, Dios tal como lo concebí, que me liberara de mis defectos, mi neurosis desapareció. Me la arrancaron”.

Esta clase de testimonios se oye a diario en reuniones de N.A., en todo el mundo. Cualquiera puede ver claramente que cada miembro de N.A., ha sido liberado. Así es que de una manera cabal y literal todos los miembros de N.A., estuvieron dispuestos a dejar que Dios eliminase de sus vidas la neurosis. Y Dios procedió a hacer exactamente eso.

Una vez que se nos ha liberado de una manera perfecta de nuestro principal medio de escape (drogas, píldoras, alcohol, etc.), ¿Por qué no podemos lograr por el mismo medio, una liberación perfecta de cada uno de nuestros problemas y defectos? Este es un acertijo de nuestra existencia cuya respuesta solamente puede estar en la mente de Dios. A pesar de todo podremos darnos cuenta de parte de la respuesta cuando menos.

Cuando los hombres y mujeres se dejan llevar por sus emociones a tal grado que destruyen sus vidas, están cometiendo un acto antinatural. Desafiando a su instinto de conservación parecen que están empeñados en destruirse. Van contra su instinto más hondo. Al ser humillados por la terrible paliza que les propinan las emociones descontroladas, la Gracia de Dios puede llegar a ellos y liberarlos. Aquí, su instinto poderoso de vivir puede colaborar de lleno con el deseo de su Creador de darles una vida nueva. Porque tanto la naturaleza como Dios aborrecen el suicidio.

Pero la mayoría de las otras dificultades que tenemos no entran en esta categoría para nada. Toda persona normal quiere, por ejemplo, comer, y reproducirse, ser alguien en la sociedad de sus semejantes. Y desea estar razonablemente a salvo y seguro mientras trata de conseguir sus fines. Ciertamente Dios lo hizo así. No lo concibió para que se destruyera. Y sí lo dotó de instintos que lo ayudaran a sobrevivir.

No se evidencia en ninguna parte que nuestro Creador espere que eliminemos totalmente nuestros impulsos instintivos. Hasta donde sabemos, no hay constancia de que Dios haya removido de algún ser humano todos sus impulsos naturales.

Como la mayoría de nosotros nace con abundancia de deseos naturales, no es raro que frecuentemente dejemos que éstos excedan su propósito. Cuando nos llevan a ciegas, exigimos voluntariamente de ellos que nos proporcionen más satisfacciones de lo que es posible o de lo que es debido, es el momento en el que nos apartamos del grado de perfección que Dios desea para nosotros en la tierra. Esta es la medida de nuestros defectos de carácter o, si se quiere, pecados.

Si se lo pedimos Dios seguramente nos perdonará negligencias. Pero en ningún caso nos dejará blancos como la nieve si no aportamos nuestra colaboración. Eso es algo que se supone que nosotros estamos dispuestos a esforzarnos por lograr. Él solamente pide que tratemos, lo mejor que podamos, de avanzar en la formación de nuestro carácter.

Así es que en el Sexto Paso “estuvimos dispuestos a dejar que Dios eliminase nuestros defectos de carácter” es la forma en que N.A., expresa lo que es la mejor actitud que puede asumirse para empezar esta tarea de toda la vida. Esto no quiere decir que se espere que todos nuestros defectos de carácter serán eliminados como lo fue nuestro principal medio de escape. Puede que algunos sí, pero tendremos que contentarnos con mejorar pacientemente en lo que respecta a la mayoría de los demás. Las palabras clave “enteramente dispuestos” subrayan el hecho de que aspiramos a lo mejor en lo que conozcamos o podamos conocer.

¿Cuántos de nosotros estamos dispuestos a este grado? En un sentido absoluto, nadie. Lo mejor que podemos hacer, con toda la honradez que podamos aportar, es tratar de estarlo. Aún entonces los mejores de nosotros descubrimos con tristeza que siempre hay un momento crítico en el que nos detenemos y decimos: “No esto todavía no lo puedo dejar”. Y pisamos frecuentemente terreno aún más peligroso cuando gritamos: “Esto no lo dejaré nunca”. Tal es la fuerza que tienen nuestros instintos para propasarse. A pesar del progreso logrado habrá deseos que se opongan a la gracia de Dios.

Algunos de los que creen haberlo hecho bien tal vez refuten esto, así es que vamos a ir más allá. Casi cualquier persona siente el deseo de poder liberarse de sus impedimentos más notorios y destructivos. Nadie quiere ser tan orgulloso que se tilde de jactancioso, ni tan ambicioso que se le llame ladrón. Nadie quiere encolerizarse al grado de matar, o ser lujurioso hasta llegar al rapto, ni tan glotón que arruine su salud. Nadie quiere sentir el malestar crónico que produce la envidia o quedarse paralizado por la pereza. Desde luego que la mayoría de los seres humanos no sufre de estos defectos en ese grado exagerado.

Los que hemos evadido llegar a estos extremos estamos propensos a felicitarnos de ello. Sin embargo, ¿podemos hacerlo?, después de todo ¿No ha sido el egoísmo, puro y simple, lo que nos ha permitido evadir los extremos? No hay gran esfuerzo espiritual de por medio en tratar de evadir excesos por lo que se nos castigaría de todas maneras. ¿pero dónde estamos cuando se trata de los menos violentos de esta misma clase de defectos?.

Lo que debemos reconocer ahora es que nos regocijamos de algunos de nuestros defectos. En realidad los queremos. Por ejemplo, ¿a quién no le gusta sentirse un poco superior y aún muy superior, de los que lo rodean? ¿No es cierto que dejamos que la codicia se ponga la máscara de la ambición? Pensar en que nos agrade la lujuria parece algo imposible. Sin embargo, cuántos hombres y mujeres hay que hablan de amor y creen lo que dicen, para poder ocultar la lujuria en un rincón oscuro de sus mentes. Y aún manteniéndose dentro de los límites convencionales, muchas gentes tendrán que admitir que sus excursiones sexuales imaginarias están a veces disfrazadas de sueños románticos.

Podemos hasta gozar con un estado colérico que creemos justificado. De una manera perversa puede causarnos satisfacción el hecho de que muchas gentes nos resulten molestas porque esto nos da un sentido de superioridad. Una forma amable de asesinar personalidades, es la murmuración espoleada por la ira, también tiene sus satisfacciones. En este caso no estamos tratando de ayudar a los que criticamos; estamos tratando de pregonar nuestra hipocresía.

Cuando la glotonería no llega a un grado ruinoso, usamos un término más moderado para calificarla: confort. Vivimos en un mundo contagiado de envidia. Esta afecta a todos en mayor o menor grado. Es de suponerse que de este defecto derivamos una satisfacción torcida. De otra manera, ¿por qué perdemos tanto tiempo deseando lo que no tenemos, en vez de emplear ese tiempo en tratar de obtenerlo, o buscando torpemente atributos que nunca tendremos en vez de adaptarnos a los hechos y aceptarlos? Y cuántas veces trabajamos arduamente para conseguir esa seguridad y haraganería, a lo que llamamos “retirarnos de la vida activa”. Consideremos también el talento que tenemos para demorar lo que tenemos que hacer y que en realidad es pereza. Casi cualquiera puede hacer una larga lista de estos defectos y pocos de nosotros pensaríamos seriamente en renunciar a ellos, cuando menos hasta que no empezaran a hacernos muy desgraciados.

Desde luego que algunos llegan a la conclusión de que ya están preparados para que los libren de sus defectos. Pero aún estas personas, si hacen una relación de los menos graves de sus defectos, se verán obligados a admitir que prefieren quedarse con algunos de ellos. Por consiguiente, parece claro que pocos de nosotros podemos llegar rápida o fácilmente a estar preparados para aspirar a una perfección moral o espiritual; queremos transar solamente con el grado de perfección indispensable para irla pasando. Así es que la diferencia entre muchachos y hombres, es la diferencia entre luchar por obtener un objetivo limitado de nuestro ego y luchar por obtener el objetivo que es Dios.

Muchos preguntaremos en el acto: “¿Cómo aceptar todo lo que implica el Sexto Paso? Eso sería la perfección”. Esta parece una pregunta difícil, pero en realidad no lo es. Solamente se puede practicar a la perfección el Primer Paso, en el que hicimos una admisión absoluta de que éramos impotentes para luchar contra nuestras emociones descontroladas. Los siguientes once pasos exponen ideales perfectos. Son metas a las que aspiramos e instrumentos que sirven para medir nuestro progreso. Visto desde este punto, el Sexto Paso todavía resulta difícil, pero de ninguna manera imposible. Lo que urge es empezar y seguir perseverando.

Si en la aplicación de este paso no conseguimos alguna ventaja substancial en la solución de problemas no relacionados con nuestra forma de escapar, necesitaremos empezar de nuevo con la mente más alerta. Necesitaremos mirar hacia la perfección y estar preparados a marchar en esa dirección. Poco importa que a veces tropecemos. Lo que importa es estar listos.

Mirando otra vez aquellos defectos de los que todavía no queremos desprendernos, debemos desvanecer los límites rígidos que nos hemos marcado. En algunos casos tal vez aún tenemos que decir: “Esto no lo puedo dejar todavía…”, pero nunca debemos decirnos: “¡Esto no lo dejaré jamás!”

Vamos a cerrar lo que parece ser un final peligrosamente entre abierto. Se sugiere que necesitamos estar completamente dispuestos a aspirar a la perfección. Sin embargo, hacemos notar que cierto grado de demora es perdonable. El neurótico que buscara la explicación razonada de la palabra demora, fácilmente la interpretaría como plazo largo. Podría decir: “Esto es muy fácil. Seguramente que me encaminaré hacia la perfección pero no tengo por qué apresurarme. Tal vez puedo posponer el tener que enfrentarme a algunos de mis problemas”. Desde luego esto no da resultados satisfactorios. Esta manera de engañarse a sí mismo no conduce a ninguna parte. Por lo menos, tendremos que batallar contra nuestros peores defectos de carácter y tomar medidas activas para extirparlos lo más pronto que nos sea posible.

En el momento en que decimos “no, nunca” nuestras mentes se cierran a la Gracia de Dios. La demora es peligrosa y la rebeldía puede ser fatal. En este punto abandonamos los objetivos limitados y nos encaminamos a lo que es la Voluntad de Dios para con nosotros.

«Los doce pasos de Neuróticos Anónimos»

Los doce pasos de neuróticos Anónimos
Movimiento Buena Voluntad 24 Horas de Neuróticos Anónimos.

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