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Quinto paso de Neuróticos Anónimos

Admitimos ante Dios, ante nosotros mismos y ante otro ser humano, la naturaleza exacta de nuestras faltas.

En todos los Doce Pasos de N. A., se nos pide ir en contra de nuestros deseos naturales… en todos nos desinflan el ego. En lo que respecta a desinflar el ego, pocos pasos son tan difíciles de practicar como el Quinto. Pero casi ninguno de los otros es tan necesario como éste para lograr la serenidad duradera y la tranquilidad espiritual.

La experiencia de N.A., nos ha enseñado que no podemos vivir solos con nuestros problemas apremiantes y con los defectos de carácter que los causan y que los agravan. Si hemos iluminado el curso de nuestras vidas con el fanal del Cuarto Paso, y hemos visto en relieve esos incidentes que preferimos no recordar, si hemos llegado a comprender cuánto daño nos ha causado a nosotros mismos y a los demás esa manera de pensar y de actuar equivocada, entonces necesitamos más urgentemente que nunca dejar de vivir solos con esos fantasmas torturantes del ayer. Tenemos que hablar de ello con alguien.

Sin embargo nuestro temor y nuestra renuencia a hacerlo son tales, que al principio muchos N.A., tratan de saltar el Quinto Paso. Buscamos un método más fácil que generalmente consiste en la admisión general y poco dolorosa de que éramos muy malos actores y para redondear la admisión, añadimos descripciones dramáticas de episodios de nuestras crisis emocionales, posiblemente ya conocidos de nuestros amigos.

Pero no decimos nada de lo que realmente nos molesta y produce escozor. Nos decimos que no debemos compartir ciertos recuerdos humillantes. Estos los debemos guardar en secreto. Nadie debe enterarse de ellos. Esperamos llevárnoslo a la tumba.

Sin embargo, si se ha de tomar en cuenta la experiencia de N.A., ésta no solamente resulta una actitud imprudente sino también peligrosa. De las actitudes confusas, es ésta de la que más dificultades nos ha causado para la práctica del Quinto Paso. Algunos no logran ninguna tranquilidad y otros recaen periódicamente hasta que pueden orear sus secretos. Aún algunos de los veteranos de N.A., que ya han estado serenos por años, suelen pagar caro su descuido en este paso. Nos dirán como trataron de llevar la carga solos; cuánto sufrieron con su irritabilidad, ansiedad, remordimiento y depresión; y cómo, buscando inconscientemente alivio, acusaban a sus mejores amigos de aquellos mismos defectos de carácter que ellos trataban de ocultar. Siempre llegaban a la conclusión de que no se consigue ningún alivio confesando las faltas de otros. Todos tuvieron que confesar las propias.

Este sistema de admitir nuestros defectos ante otra persona es desde luego muy antiguo. Se ha hecho válido en cada siglo, y caracteriza la vida de todas las gentes de fondo espiritual y de las verdaderamente religiosas. Actualmente la religión no es la única defensora de este principio redentor. Los psicólogos y los psiquiatras señalan la necesidad imperiosa que tiene todo ser humano de la percepción de su propia personalidad y del conocimiento de sus fallas, para poder discutirlo con una persona comprensiva y de confianza. En lo que refiere a neuróticos, N.A., iría más lejos. La mayoría de nosotros estaba de acuerdo con esto, pero sin admitir nuestros defectos ante otra persona, no podríamos conservarnos tranquilos. Parece claro que la Gracia de Dios no llegará a nosotros para expulsar nuestras obsesiones destructivas mientras no estemos dispuestos a hacer esa admisión de nuestros defectos ante otra persona.

¿Que es lo que podemos recibir del Quinto Paso? Por lo pronto, librarnos de esa terrible sensación de aislamiento que siempre hemos tenido. Casi sin excepción, los neuróticos hemos sido torturados por la soledad. Aún antes de que nuestra conducta empeorara, y de que la gente nos empezara a rechazar, casi todos nosotros ya sufríamos con la sensación de que no pertenecíamos a ninguna parte, porque o éramos tímidos y no nos atrevíamos a acercarnos a los demás, o éramos propensos a ser buenos chicos algo escandalosos ansiosos de compañía y de que se fijaran en nosotros, sin lograrlo nunca, cuando menos de acuerdo con nuestra manera de pensar. Siempre estaba ahí la misteriosa valla que no podíamos traspasar ni comprender. Era como si fuéramos actores en un escenario y de pronto nos diéramos cuenta de que no sabíamos ni una sola línea de nuestro papel. Esta es una de las razones por las que buscábamos medios de escape que nos permitían actuar improvisadamente. Pero fuimos abatidos y nos quedamos en un aislamiento aterrador.

Cuando llegamos a N.A., y por primera vez en nuestras vidas estuvimos entre gentes que parecían comprendernos, la sensación de pertenecer fue muy estimulante. Creímos que el problema de la soledad ya estaba resuelto. Pero de pronto descubrimos que si bien ya no estábamos solos en el sentido social, aún sentíamos muchos de los viejos tormentos de la exclusión ansiosa. No sentimos que pertenecíamos a algo hasta que no hablamos con entera sinceridad de nuestros defectos y oímos a otra persona hacer lo mismo. El Quinto Paso fue la respuesta. Fue el principio de un parentesco genuino con el hombre y con Dios.

Este paso vital también fue el medio por el cual empezamos a sentir que se nos podía perdonar, sin importar lo que hubiéramos hecho o pensado. Además, en este paso frecuentemente trabajamos con nuestros padrinos o nuestros consejeros espirituales y por primera vez nos sentimos verdaderamente capaces de perdonar a otros, sin importar la profunda convicción que teníamos de que nos habían hecho daño. Nuestro inventario moral nos había convencido de que era conveniente perdonarlo todo, pero solo fue hasta que abordamos resueltamente el Quinto Paso cuando supimos que podríamos recibir y otorgar perdón.

Otro bien que podemos esperar como resultado de la admisión de nuestros defectos ante otro ser humano es la humildad –palabra frecuentemente mal interpretada-. Para los que han hecho progresos en N.A., significa el reconocimiento manifiesto de qué y quienes somos en realidad, seguido por un esfuerzo sincero de llegar a ser lo que podríamos. Por consiguiente, nuestro primer movimiento práctico hacia el logro de la humildad deberá consistir en el reconocimiento de nuestras faltas. Ningún defecto podrá corregirse si no vemos con claridad en qué consiste. Pero tendremos que hacer algo más que ver. El vistazo objetivo que de nosotros mismos logramos en el Cuarto Paso fue, después de todo, solamente un vistazo. Todos vimos, por ejemplo, que nos faltaba honradez y tolerancia, que a veces nos acosaban la lástima por nosotros mismos o los delirios de grandeza. Pero aunque esta experiencia haya sido humillante no implica necesariamente que hayamos adquirido humildad verdadera. Si bien ya habíamos reconocido nuestros defectos, todavía estaban allí. Algo tenía que hacerse a este respecto. Y pronto descubrimos que aunque deseáramos y estuviéramos dispuestos a librarnos de ello, nosotros solos no podríamos eliminarlos.

Las principales ganancias que obtenemos bajo la influencia del Quinto Paso son mayor realismo y, por consiguiente, más honradez para con nosotros mismos.

Al hacer el inventario empezamos a sospechar que el habernos estado engañando a nosotros mismos nos había ocasionado muchas dificultades. Si casi toda la vida nos habíamos estado engañando más o menos, ¿Cómo podíamos estar seguros de que no lo seguíamos haciendo? ¿Cómo podíamos estar seguros de que habíamos catalogado verídicamente nuestros defectos y de que los habíamos admitido en realidad, hasta ante nosotros mismos? Como todavía estábamos obstaculizados por el miedo, la compasión por nosotros mismos y los resentimientos es probable que no hubiéramos podido evaluarnos con imparcialidad. El sentimiento exagerado de culpabilidad y de remordimiento, pueden hacernos exagerar y dramatizar nuestras faltas. O la cólera y el orgullo lastimado, pueden formar una cortina de humo tras la que ocultamos algunos de nuestros defectos mientras culpamos de ellos a otras personas. Posiblemente también, todavía nos estorbaban muchos obstáculos grandes y pequeños que no sabíamos que teníamos.

Ahí se nos hizo evidente que no sería suficiente un autoavalúo solitario y la admisión de nuestras faltas basados en eso únicamente. Necesitaríamos ayuda de fuera –la de Dios y la de otro ser humano-, para con entera veracidad, averiguar y admitir la verdad acerca de nosotros mismos. Solamente ventilando nuestras vidas sin retener nada, solamente estando dispuestos a recibir consejos y a aceptar ser dirigidos, podremos ir por el camino de la debida manera de pensar, de la honradez sólida y de la humildad genuina.

A pesar de todo, muchos de nosotros nos quedábamos atrás. Decíamos: “¿Por qué ese Dios, tal como cada quien lo concibe, no nos dice dónde está nuestro error? Si en primer lugar el Creador fue quien nos dio la vida, Él debe saber al detalle nuestras equivocaciones. ¿Por qué no hacemos esas admisiones directamente ante Él? ¿Para qué necesitamos inmiscuir a otras personas en esto?”

En esta etapa, las dificultades que se presentan al procurar que nuestro trato con Dios sea el debido, son obvias. Aunque al principio nos sorprendemos de que Dios sepa todo lo que se relaciona con nosotros, pronto nos acostumbramos a ello. Quién sabe porque el encontrarnos solos con Dios no nos parece tan embarazoso como enfrentarnos a otra persona.

Nuestra buena voluntad de ventilar nuestras dificultades no pasa de ser teórica hasta que nos sentamos y hablamos de lo que tanto tiempo hemos ocultado. Cuando somos honrados con otras personas, se confirma que hemos sido honrados con nosotros mismos y con Dios.

La segunda dificultad es ésta: nuestro racionalismo y nuestras creencias motivadas por los deseos egoístas pueden tergiversar aquello que nos llegue si estamos solos. El beneficio que se obtiene al hablar con otra persona consiste en que podemos recibir directamente de ella comentarios y experiencias con respecto a nuestra situación, y en que no habrá en nuestras mentes ninguna duda acerca de la naturaleza de esos consejos. En cuestiones espirituales es peligroso conducirse solo. Cuántas veces hemos oído a gentes bien intencionadas presumir de que están guiadas por Dios, cuando era obvio que estaban lamentablemente equivocadas. Faltándoles tanta práctica como humildad, se habían engañado y trataban de justificar las más grandes tonterías basándose en que Dios se las había comunicado. Vale la pena hacer notar que las personas que tienen un elevado desarrollo espiritual siempre insisten en consultar y confrontar con amigos o consejeros cuando creen haber recibido la guía de Dios. Seguramente entonces, el novato debe evitar ponerse en una situación ridícula y tal vez trágica. Aunque los comentarios o consejos de otros no sean infalibles, es probable que sean más específicos que cualquier guía que podamos recibir directamente si todavía no tenemos la experiencia necesaria para poder establecer contacto directo con un Poder Superior a nosotros.

Nuestro próximo problema será dar con la persona a la que haremos nuestras confidencias. Aquí debemos tener mucho cuidado, recordando que la prudencia es una gran virtud. Tal vez necesitamos compartir con esa persona hechos acerca de nosotros de los que otros no deben enterarse. Desearemos hablar con alguien que tenga experiencia y que no solamente se haya conservado sereno, sino que además haya vencido dificultades graves. Dificultades tal vez análogas a las nuestras. Esta persona tal vez, pero no necesariamente, resulte nuestro padrino. Si se llega a tener una confianza especial en él y si su temperamento es afín, la selección puede resultar afortunada. Además, se tendrá la ventaja de que el padrino ya estará enterado del caso del ahijado. Tal vez la relación que exista con él sea de tal índole que se preferirá revelarle solamente parte de nuestro historial. Si éste es el caso, debe empezarse aunque sea en esas condiciones porque es muy importante comenzar esta tarea lo más pronto posible. Puede suceder que escoja a otra persona para la parte más difícil de las revelaciones. Esta persona puede estar desligada completamente de N.A., por ejemplo, nuestro confesor o nuestro médico. Para algunos de nosotros una persona completamente extraña puede a veces dar el mejor resultado.

Las verdaderas pruebas de la situación son la buena voluntad para abrirse y la completa confianza en la persona con la que se compartirá el primer autoexámen preciso. Aún después de encontrar a la persona, frecuentemente se necesita de mucha resolución para abordarla. Nadie debe decir que en el programa de N.A., no se requiere fuerza de voluntad; ésta es una parte de él en la que puede necesitarse toda la que se tenga. Felizmente, lo más probable es que nos espere una agradable sorpresa. Después de explicarle cuidadosamente a la persona que se ha escogido lo que se solicita de ella, y de que ésta se dé cuenta de la ayuda que puede prestar, la conversación será fácil y pronto animada. Siempre que el interesado no retenga nada sentirá un gran alivio. Las emociones que han estado constreñidas por años se liberan y se desvanecen al ser expuestas, a medida que cede el dolor, lo reemplaza una tranquilidad reparadora. Y cuando se combinan así la humildad y la serenidad, algo grande está a punto de ocurrir. Más de un N.A., que ha sido agnóstico o ateo, nos ha dicho que fue en esta etapa del Quinto Paso cuando por primera vez sintió la presencia de Dios. Y hasta ésos que ya tenían fe, frecuentemente estuvieron conscientes de la presencia de Dios como antes nunca lo habían estado.

Este sentimiento de ser uno con Dios y con el hombre, esta salida del sistema del aislamiento a través del honrado comportamiento de nuestra terrible carga de culpabilidad, nos conduce a un estado de tranquilidad en el que podemos prepararnos para los siguientes pasos a la serenidad plena y significativa.

«Los doce pasos de Neuróticos Anónimos»

Los doce pasos de neuróticos Anónimos
Movimiento Buena Voluntad 24 Horas de Neuróticos Anónimos.

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